Descubriendo Andalucía con la bici a cuestas
Y nos fuimos a El Puerto de Santa María
Y nos fuimos a El Puerto de Santa María

Y nos fuimos a El Puerto de Santa María

Y con el buen tiempo que hace aún, ¡a quién no le apetece acercarse y disfrutar de nuevo de las playas gaditanas!
Ya conocemos El Puerto de Santa María. Ya hemos estado en otras carreras. Y siempre nos habíamos alojado en hoteles cerca de la playa. Y ahí nos habíamos quedado. Al pueblo no nos habíamos acercado. Eso de coger el coche, ¡qué poco apetece!

Entonces os puedo decir que del Puerto de Santa María, solo conocíamos la playa de Valdelagrana. Que está muy bien, por cierto, si no hay viento, claro.

En esta ocasión viajamos de viernes a domingo. No había encontrado alojamiento para una sola noche, tenían que ser dos. Claro, coincidía con el puente del Pilar y coincidía con unas ganas tremendas de todo el mundo de viajar, después de lo que estamos pasando con el virus.
Por tanto, El Puerto de Santa María iba a estar lleno.
Como dice el periodista Martín Caparrós en una columna de El País semanal: “El turismo, como todo, hace evidentes contradicciones. Cuando está a pleno lo detestamos; ahora, cuando falta por razón del virus, lo extrañamos”. Él comenta que para un turista no hay nada mejor que la sensación de que ha llegado a un lugar “donde no hay turistas”. Me parece que no estoy de acuerdo. Luego os cuento.

El hotel al que fuimos es el “Hotel Monasterio de San Miguel”. Sí, un antiguo monasterio transformado por la cadena Eurostars en hotel de cuatro estrellas. Situado en el pueblo, céntrico. Cuando llegamos, nos asustamos un poco por el tema del coche, calles estrechas, pero tenían garaje y sitio aún y todo resuelto. Dentro del hotel, todo era para contemplar.

La habitación muy bien. Pocos ruidos. Acogedora.

Llegamos el viernes por la noche, para cenar. Preguntamos al recepcionista por algún sitio para cenar cerca y nos habló de tres. Fuimos al más cercano, “La Cuchara”.

Nos encantó lo que comimos.

Estuvo todo de diez. Muy recomendable. Solo una pega, faltaba un poco de alegría, de ambientillo.

El haber ido el viernes, hace que tuviéramos todo el sábado por delante para disfrutar. Por la mañana había que entrenar, Luis con su bici y yo entrené en un centro comercial. Caminata para la derecha, caminata para la izquierda, “Victoria Secret a un lado, Calzedonia a otro, Zara a otro, etc.”. No estuvo mal. Me cansé, pero a lo mejor de gastar, jaja.

Y llegada la hora de comer, ¿donde iríamos? Luis habría ido otra vez al mismo restaurante de la noche anterior. Pero a mí, que aunque me encantó la comida, me apetecía ir a buscar más ambiente y conocer más sitios del pueblo. Por eso no estoy de acuerdo con Martín Caparrós, a mí sí me gusta encontrarme gente, dentro de límites, claro. Pues dando un paseito y viendo todo muy bonito, paramos primero en una librería. No debe quedar ningún pueblo, sin que en sus librerías, entremos nosotros.

Y llegamos al restaurante. El segundo de la lista que nos recomendó el recepcionista: restaurante “Pepe Ceballos”. No estuvo mal, pero ni comparación con el de la noche anterior.

El restaurante estaba ubicado a la orilla del río Guadalete. Históricamente, El Puerto de Santa María, actuaba como nudo de comunicaciones entre el gran núcleo del interior, Jerez, y la ciudad portuaria, Cádiz, al ubicarse junto a su núcleo la desembocadura del río Guadalete.

Mucho ambiente. Una ciudad luminosa. Después de comer, nos tomamos un café y unos postres en una heladería. Decepcionantes los postres.

Nos fuimos a descansar y por la tarde un ratito a la playa de Valdelagrana, con coche, claro.

Y lo terminé. Muy entretenido y fácil de leer. Aunque el próximo libro, me apetece que sea, como yo digo, más profundo, de esos que me dejan huella, un clásico. Literatura clásica que es la que más llena. Luis me ha ofrecido la biografía “Juan Belmonte, matador de toros” de Manuel Chaves Nogales, que dice me encantará. Pues vamos a por él, en cuanto acabe esta crónica.

Después de esos ratitos leyendo en la playa nos fuimos hacia el hotel y, posteriormente, a buscar el tercer restaurante que nos recomendó el recepcionista. Se llamaba “Er Beti”, serían del Betis, digo yo. ¿Que cómo comimos? Pues mal. Solo se salvó el primer plato que pedimos, unas patatas aliñadas. Ahora, nada que ver con las de Chiclana o Sanlúcar.

Lo demás ni lo saco, es que casi no me acuerdo. Y tardaron lo indecible. Vamos, que para no volver. Tendría que haber hecho caso a Luis que quería volver a “La Cuchara” y darle la razón a Martín Caparrós, un lugar sin gente. Pero, ¡a mí el ambientillo!, que me pierde y ya está.

Pues conocimos tres restaurantes y lo más concurrido del Puerto de Santa María.

Y el domingo nos esperaba la carrera. El circuito estaba muy cerca del hotel. A las 9:00. Tocaba madrugar un poco.

Hacía buen día, sin viento, que es lo peor en estos pueblos gaditanos.

Carrera en un circuito, seis vueltas, de unos 4km. Como todos sabemos no son las carreras que se le dan mejor a Luis. Pero corrió genial. Llegó en el grupo principal y fue sexto.

No hubo podium. Pero buena carrera. Lo importante, no hubo percances y nos volvimos para casa, y llegaríamos a la hora de comer.

Les comuniqué a mis hijas el menú: Zarangollo y chuletas de cordero. No está mal, ¿no? Sonaron trompetas de alegría.

Y hablando de trompetas y a través de nuestra radio, RNE, en el camino a casa, conocimos a un trompetista. De 29 años, Rubén Simeó. Famosísimo. Con múltiples premios nacionales e internacionales. Que toca como los dioses. Que también es docente en el Conservatorio de Plasencia, en mi tierra cacereña, aunque es de Galicia. Te quedas maravillada cuando escuchas a personas con ese talento. Y que con mucho esfuerzo y estudio, ha llegado tan lejos.
Pues aquí tengo otro personaje importante para mi blog.

Nos gustó El Puerto de Santa María. Sus calles, paisajes, gente, gastronomía.
Para nuestro periodista nombrado en este capítulo del blog, Martín Caparrós, pues decirle que somos turistas de dos ruedas de los que nos gusta el ambientillo. ¿Qué serían las carreras sin una gran participación, sin ese ambiente que las rodea? ¿Y esos bares vacíos? Pues creo que no. No hay nada mejor que la sensación de disfrutar con familia, amigos, ciclistas.

Y para el fin de semana que viene, que suenen las trompetas, que nos vamos a Torrox, a subir la montaña, hacia Cómpeta.
Más bonito, imposible.

3 comentarios

  1. Tu marido el marchoso

    No, si ahora va resultar que echamos de menos las aglomeraciones y los atascos de antes de la pandemia. Recuerdo con nostalgia aquellos atascos que se formaban en la Nacional II entrando a Madriz los días de lluvia; o las largas colas para salir de la Capital camino de Valencia los miércoles de Semana Santa para disfrutar de unos días primaverales tirados a la bartola, jajaja. No, si va a resultar que añoramos los madrugones para clavar el palo de la sombrilla en primera línea de la playa de levante de Benidorm en modo Cristobal Colón. Qu conste que todo era por el ambientillo. Ya lo dice el refrán: <>. Y es que el medio ambiente está de moda, pero ese es otro ambiente. En esta vida es importante conocerse a uno mismo, que diría Sócrates con esa voz tan grave que seguro que tenía: <>. Fíjate que hasta hace nada creíamos que buscábamos tranquilidad y reposo para desconectar del trabajo, pero estábamos equivocados. No nos conocíamos. Si no es por la pandemia, ni nos enteramos que lo que nos gusta es el ambientillo. Como sabes hemos adquirido recientemente un libro de san Atanasio sobre la vida de Antonio. Me he acercado al santo gracias a la lectura del gran historiador Peter Brown sobre el fin de la Antigüedad. Según Peter, Plotino y otros obispos cristianos se desentendían del mundo en un acto tranquilo sin llegar a romper con la cultura y la sociedad circundante. Y Antonio abandonaba el mundo civilizado para llegar a la ascética. Se iba al desierto y allí se quedaba comiendo raíces, pese a que el demonio se le presentaba en plan orgía. Ya me entiendes. Nosotros hemos querido imitar a Antonio y nos hemos ido a un monasterio, pero somos muy débiles, cuando nos hemos acercado a la Cuchara a pasar hambre, nos hemos dado cuenta que lo nuestro es el ambientillo. Ha resucitado en nuestro interior las ganas de jaleillo y ya no hemos podido parar. ¡Que la fiesta no decaiga!

  2. Tu marido el marchoso

    No, si ahora va resultar que echamos de menos las aglomeraciones y los atascos de antes de la pandemia. Recuerdo con nostalgia aquellos atascos que se formaban en la Nacional II entrando a Madriz los días de lluvia; o las largas colas para salir de la Capital camino de Valencia los miércoles de Semana Santa para disfrutar de unos días primaverales tirados a la bartola, jajaja. No, si va a resultar que añoramos los madrugones para clavar el palo de la sombrilla en primera línea de la playa de levante de Benidorm en modo Cristobal Colón. Qu conste que todo era por el ambientillo. Ya lo dice el refrán: a dónde va Vicente, a donde hay ambiente. Y es que el medio ambiente está de moda, pero ese es otro ambiente. En esta vida es importante conocerse a uno mismo, que diría Sócrates con esa voz tan grave que seguro que tenía: conócete a ti mismo. Fíjate que hasta hace nada creíamos que buscábamos tranquilidad y reposo para desconectar del trabajo, pero estábamos equivocados. No nos conocíamos. Si no es por la pandemia, ni nos enteramos que lo que nos gusta es el ambientillo. Como sabes hemos adquirido recientemente un libro de san Atanasio sobre la vida de Antonio. Me he acercado al santo gracias a la lectura del gran historiador Peter Brown sobre el fin de la Antigüedad. Según Peter, Plotino y otros obispos cristianos se desentendían del mundo en un acto tranquilo sin llegar a romper con la cultura y la sociedad circundante. Y Antonio abandonaba el mundo civilizado para llegar a la ascética. Se iba al desierto y allí se quedaba comiendo raíces, pese a que el demonio se le presentaba en plan orgía. Ya me entiendes. Nosotros hemos querido imitar a Antonio y nos hemos ido a un monasterio, pero somos muy débiles, cuando nos hemos acercado a la Cuchara a pasar hambre, nos hemos dado cuenta que lo nuestro es el ambientillo. Ha resucitado en nuestro interior las ganas de jaleillo y ya no hemos podido parar. ¡Que la fiesta no decaiga!

Deja un comentario, me encanta responder :)